Nunca he comprendido muy bien porque en los libros de viajes se dedica tanto espacio a los monumentos de piedra y tan poco a los monumentos vivos, a los que están aún en funcionamiento y siguen provocando que te quedes con la boca abierta porque lo que ves es un regalo para tres o cuatro sentidos a la vez.
Maype, como puede ser la taberna de La Manzanilla de Cádiz, la venta de Vargas de San Fernando, los tabancos que todavía se ven en el centro de Jerez, la confitería de Guerrero o la de Pozo en Sanlúcar, La Tarifeña y Bernal en Tarifa, La Plata en Los Barrios, las Trejas de Medina, Galván de Vejer, Tres Martínez en Barbate o la preciosidad que tiene la familia Ibañez en el centro de El Puerto de Santa María para vender sus tejas, son también museos visitables en los que se cuenta otra historia, quizás menos trascendente pero igual de importante porque han producido muchos momentos imborrables, de esos que nunca vienen en los libros de historia, pero que si están en las historias diarias de la gente.
Es una lástima que no mostremos más todos estos museos, que no presumamos de ellos al exterior y cuando alguien nos pregunte que hay que ver aquí, además de llevarlo a ver la cúpula de la Catedral y las Puertas de Tierra, también le invitemos a tomar una copa de manzanilla de Sanlucar con dos aceitunas y a sufrir delante del mostrador de Maype porque nunca sabe uno porque decidirse ante tanta delicia de chocolate. Ojalá algún día defendamos estos museos igual que lo hacemos con los de piedra.