Las habichuelas están “bien crias”, son grandes, como los niños que se dedican al baloncesto. En Castilla León le llaman habones y son famosos los de Sanabria. Forman parte del trío de aperitivos que casi se pide todo el mundo en las jornadas de cocina zamorana. El “triduo” lo completan una masa de chorizos pasada por aceite con huevos rotos, uno de esos platos de mojá mucho pan, y una sorprendente morcilla, salteada, casi con textura de paté, que sabe a la vez picante y dulce ya que se intercala con pasas, piñones y dátiles.
A pesar de que el número de jornadas de cocina zamorana en El Faro de Cádiz ha superado ya la veintena, este trio “goleador” no hay quien lo quite porque el público los pide. Mayte Córdoba, la actual gerente de El Faro, y Luis Miguel Rodríguez, de “Sancho II” señalan que no saben en que año exactamente sus respectivos padres, Gonzalo Córdoba y Mariano Rodríguez San León comenzaron esta singular apuesta. Ambos se conocieron en un encuentro de hosteleros en Madrid e hicieron buenas migas. En esa ocasión celebraron el primer intercambio. Trajeron comida zamorana a El Faro y llevaron cocina gaditana a Sancho II. La experiencia se repitió de forma alterna en dos o tres ocasiones más y ya, desde hace 19 años, el intercambio es anual. Las dos empresas son parecidas. Son de gerencia familiar y tienen varios establecimientos, restaurantes y catering, además de ser referentes en sus respectivas áreas.
Mayte y Luis Miguel comparten mesa en la presentación de las jornadas. Destacan que aunque “todos los años ponemos alguna innovación, la gente opta por los clásicos, recuerda los platos de un año a otro y quiere volver a probarlos”. Si en los aperitivos reinan chichas, morcillas y habones, a la hora de los platos principales el horno es el rey y con dos estrellas el cordero lechal asado, que se presenta en piernas asadas enteras servido para dos personas y el chollinillo, como los que salían en los reportajes de Cándido, de carne tierna por dentro y con la piel crujiente por fuera.
A Mayte le sorprende que “aunque sea de noche el público se pide estos platos contundentes. Tenemos muchos clientes que repiten año tras año y eso nos enorgullece, ir pasando por las mesas e ir saludando a personas que se acuerdan perfectamente de los platos del año anterior y quieren degustarlos de nuevo”.
A los postres la historia se repite. Las cañas zamoranas, inmortalizadas incluso por Mariano Rodríguez San León en un libro que se puede descargar desde la página web del restaurante (pinchar aquí) son una de las estrellas. Son una masa crujiente rellenas de una especie de crema pastelera. A su lado un pastel de queso con miel y piñones y la tarta “cisterciense”, un postre que no preparan en el restaurante zamorano sino que compran a un convento.
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