Texto: Pepe Monforte
Su obsesión ha sido siempre que todo el mundo, cuando sale por la puerta de su obrador de dulces, se vaya contento. Tiene 67 años, las piernas un poquito ya estropeadas de tanto estar de pie “ay, como me molesta la rodilla, chiquillo”, pero su mente sigue creando, no para. Su último invento es una empanada de hojaldre rellena de pringá de la berza. El invento ha surgido como todos los demás, como todos los que ha creado en casi 60 años de trabajo, de escuchar a los clientes. “Alguien me dijo que estaría buena. Así que cogí en la cocina de mi casa, porque Antonia ya está jubilada, y me puse a darle vueltas a la cabeza. Llevo ya unas pocas de berzas hechas, para las pruebas, pero ya hemos dado con la fórmula y a partir de esta semana las ofrecermos al público”.
Mientras atiende al periodista, Antonia ofrece un trozo de empanada de atún, otra nueva creación en la que está trabajando, a unos clientes: ¿Qué les parece? pregunta interesada. “Manoli, envuelvele un trocito a la señora”, afirma dirigiéndose a una de sus empleadas que viste el uniforme rojo y negro de la casa.
No ha ido a cursos, ni nada de nada, lo suyo ha sido siempre mucho observar y mucho trabajar. “Hay que escuchar mucho a los clientes” afirma esta veterana de la repostería, casi 60 años ha estado dedicada a ello. A los 9 años dejó el colegio. Su madre necesitaba que la ayudara en la panadería de los Butrón en la calle de La Vega, en el centro de Chiclana. Las dos eran las encargadas de la repostería. En Cuaresma, era la década de los 50 del siglo XX, la gente hacía sus propios dulces. Las mujeres hacían sus propios dulces y los llevaban a las panaderías para que se los cocieran en el horno de leña. Tener en casa un horno era un sueño.
Así, de esta manera, por delante de las manos de Antonia y su madre pasaban cientos de masas de dulces distintos. Antonia preguntaba a todas como lo hacían y así fueron haciendose para ella familiares nombres como los roscos de vino, los roscos de azucar o las tortas de polvorón. Tampoco había mucha variedad porque no había muchos ingredientes. La gente de las bodegas traía a veces roscos hechos con yema de huevo, porque las claras se utilizaban para filtrar los vinos. “A veces nos traían masas muy mal hechas y nosotros se las arreglabamos para que los dulces salieran buenos”. Esa fue la escuela de Antonia Butrón, esa y su tía Dolores, que un día, le enseñó a hacer dulces con nata y bien que aprovechó su sobrina las explicaciones porque luego sacaría al mercado sus roscos de nata y su bizcocho de nata, dos de las creaciones que le han dado fama.
Antona Butrón creció en la panadería de la familia, haciendo rosquetes hasta que un día conoció a Manolo, carnicero y de la familia de los González Baizán. En 1964, el tenía 26 años y ellla 21, se casaron y la vida de Antonia cambió. Ayudaba a su marido en el negocio y abrieron un supermercado en la calle Palmerete donde ahora se encuentra el obrador. Cuenta que “por la mañana preparaba butifarras con Manolo y por la tarde me iba con mi madre a hacer dulces, que también vendía en el supermercado”.
La competencia de las grandes cadenas de supermercados hacían mella y Antonia y su marido decidieron liarse la manta a la cabeza. Eran los años 80. Pidieron al banco un préstamo para comprar un horno y una amasadora y transformaron el supermercado en el obrador casero de Antonia Butrón, al que se dedicaron los dos a partir de entonces. Ahora era Lourdes, la hija pequeña de Antonia, la que hacía el mismo papel que hacía ella con su madre, ayudarle a hacer los dulces. “Mis otras dos hijas, que tenían sus propios negocios también se venían aquí y me ayudaban en todo”. Ahora Mari Camen, Eloisa y Lourdes participan en la gestión del negocio familiar.
El obrador comenzó a hacerse famoso por sus rosquetes, que todavía siguen elaborando durante todo el año y un día un cliente le pidió a Antonia que porque no le hacía una empanada. Antonia, que ya tenia experiencia en hacer hojaldre para preparar varios dulces como las palmeras, decidió hacercela, en vez de con masa de pan, con masa de hojaldre y al queso y el jamón que el cliente había pedido le añadió unos dátiles. Sin darse cuenta, Antonia se había adelantado muchos años en la combinación del dulce y el salado, con su producto estrella, el hojaldre de jamón, queso y dátiles. Poco a poco fueron saliendo variedades del obrador y el abanico de empanadas llegaba casi a la decena. A una incluso, la más persona, la de cabello de angel y jamón serrano, se bautizón con su hombre “Antoñita”. “Ahora vienen a buscarlas desde muchos puntos de la provincia y un día, fui al médico a Madrid, para verme lo de la pierna y cuando le dije mi nombre, me dijo, ¿usted no será la de las empanadas de Chiclana”.
Para Antonia “nuestra clave está en utilizar productos de primera calidad y en la atención al público, en tratar de que este se lleve siempre lo que desee”. La firma ha seguido creciendo y abrió un primer despacho y cafeteria en el centro de Chiclana, en la calle Jesús Nazareno.
Asimismo, la firma ha lanzado este año al mercado nuevos productos, como unos milhojas y un hojaldre de carne y queso semicurado.
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