Texto: Pepe Monforte
Carlos Cano, en una de sus frecuentes visitas al Ventorrillo del Chato le dijo a José Manuel Córdoba: “José, aquí falta un piano”. Al cantante le gustaba comer en este casón restaurado construido en el siglo XVIII.
Córdoba cumplirá en unos meses 20 años al frente de este restaurante histórico en el que paraban los carros tirados por caballos. Si un vino blanco de Cádiz acompaña a la perfección a un filete de mero, de esos que el paladar nunca olvida, una pieza de ópera, que triunfaba allá por los años en que fue creado el edificio, va también de maravilla en los salones de este restaurante que conserva todavía las paredes “encalás”, decoradas con mil y un aperos que mantienen la vista entretenida mucho tiempo.
El cocinero se pasea atento a todo por el salón. No quiere que se le escape nada. El comedor principal de El Chato está lleno. “Cuando me propusieron hacer una cena con música lírica entre plato y plato me fascino, pero a la vez sentí un poco de responsabilidad porque por aquí nunca se había hecho nada parecido. Me acordé del piano de Carlos Cano y dije, adelante”.
Los clientes están citados a las nueve y media de la noche. Hay parejas jóvenes y de mediana edad, algunos grupos y alguien incluso de fuera que ha acudido atraido por la singularidad de la oferta. A las diez menos cuarto Córdoba da la orden de empezar. Su brigada de camareros, camisa, chaleco, corbata y delantal recien planchado hasta los pies, se pone en marcha de inmediato. Se sirve cava en las copas, como para meter al público en escena y de la cocina sale una versión renovada de un clásico de los Córdoba, un pulpo cortado en finas lonchas sobre un puré de patatas al pimentón.
El restaurante ofrece la posibilidad de optar por un menú cerrado de tres platos y postre especialmente diseñado para estas cenas, y cuyo contenido va cambiando cada dos sábados, o cenar a la carta. La mayoría ha optado por el menú de 50 euros con todo incluido. Los comensales rebañán el primer plato. Las luces se apagan y el salón encalao del Ventorrillo queda iluminado tan sólo por las velas colocadas en cada mesa, como si a la puerta fuera a llegar un carromato hace dos siglos.
Antonio Bernal, 36 años, gaditano y profesor de Música, con estudios en Cádiz y en Sevilla, cruza la estancia con esa parsimonia que saben emplear los artistas. Suena el piano. Manuel Tomás Márquez, tenor, y Carmen Ramos, soprano, esperan el momento oportuno. El viste pantalón y chaqueta negra. Pajarita al cuello. Sonrie y se vuelve para darle la bienvenida a Carmen. Traje blanco hasta los pies, con estampado en negro. Suena “Caballero del alto plumero” una pieza de la zarzuela Luisa Fernanda de Federido Moreno Torroba.
Las canciones que sonarán durante la noche, todas interpretadas a dúo por los cantantes, también gaditanos, son todas piezas populares y conocidas. Las obras de Córdoba en el plato se van alternando con las coplas. Tras un filete de gallo con berenjenas y tomates suena un trozo de “La Traviata” de Verdi. A la carrillada ibérica le sucede una canción de Tosca de Puccini. El público aplaude cada interpretación y se escucha incluso algún bravo. Los cantantes se mueven entre las mesas mientras cantan y las voces impresionan, tan cercanas, llenan el salón. Un lingote de chocolate, plantado sobre una finísima capa de bizcocho y un adorno de frutas rojas precede al final de fiesta, la napolitana “Funicuti, funicuta”.
Al final de la cena los cantantes, mientras brindan con los asistentes, les invitan a tararear con ellos La Traviata. Es casi la una de la madrugada y la cena termina.
Las cenas con música lírica en directo se prolongarán hasta el próximo mes de diciembre. El ciclo ha sido bautizado como “Buenos tiempos para la lírica”. Las reservas de mesas pueden hacerse en los teléfonos 956257116, 956250025 o 639160333 o en los correos electrónicos jmcordoba@hotmail.es o info@ventorrillodelchato.com
menuda diferencia con el ventorillo de los tiempos en que yo era chica, alli se comian sardinas “asas´”, pimientos fritos y como mucho tortillitas de camarones , eran los años sesenta y setenta y pocos, pero recien salida del agua y con la inocencia que dan los pocos años aquello estaba de muerte y se diferenciaba de los filetes empanaos que llevabamos otros dias, de todas formas con la madurez de los cincuenta años me volveria loca si pudiera cenar alli ( pero estoy tan lejos y me acuerdo tanto de mi tierra )